La mentira
Todos mentimos.
Mentimos para proteger a los demás y para protegernos a nosotros mismos.
Y también decimos verdades.
Lo hacemos por inocencia o por principios.
También mentimos por sacar ventaja y decimos la verdad porque tenemos miedo.
 
Desde el punto de vista del lenguaje existen dos principios que organizan nuestra comunicación y son relativamente opuestos. Son la verdad y la protección.
 
La verdad establece que para que exista una comunicación que funcione, es necesario que digamos la mayor cantidad de verdades posibles y que creamos en que el otro nos dice la verdad!
Si por ejemplo yo le pregunto a alguien cómo se llama y me contesta Ana, yo simplemente confío en que la respuesta es verdadera, no la miro con cara de desconfianza o le pido que me muestre la cédula 🤷‍♀️.
 
La protección establece que nos comunicamos buscando, por un lado, protegernos (de sentir vergüenza, de que nos miren raro, de que nos juzguen), como por ejemplo cuando alguien pregunta dónde duerme el bebé y decimos en su cama 😅. Al mismo tiempo también proteger al otro, (de las mismas cosas) es cuando por ejemplo alguien nos pregunta cómo le quedó el corte de pelo, por amabilidad (aunque no nos guste) y sabiendo que no es posible cambiarlo, le decimos “te quedó muy bien”.
 
En primera instancia, la verdad y la protección se chocan.
Pero en la práctica todas las personas sabemos (con gran maestría) cuando se pueden romper las reglas en pro de uno u otro.
 
Entonces en el ejemplo del corte de pelo, podemos decir “te quedó muy bien” “es un corte interesante” “te cambió pila” y puede primar más la verdad o más la protección y va a funcionar mientras mi interlocutor entienda que prima la verdad.
 
No decir la verdad, exige trabajo constante, intenso y profundo. Es un trabajo que los adultos ejecutamos todo el tiempo, todo el tiempo mentimos y detectamos la mentira en el otro, pero esta habilidad se desarrolla lentamente, en la infancia, por un proceso de adaptación al ambiente.
El niño lleva adelante este proceso de adaptación al ambiente y a la sociedad en muchísimos aspectos en simultáneo y solamente uno de ellos es entender cómo flexibilizar estas reglas, o en otras palabras, cuándo está bien mentir.
 
La mentira es tan omnipresente también porque mentir es una forma de lograr que el otro haga lo que queremos, y es una forma mucho más fácil que usar la fuerza física.
 
En el libro “el niño” Montessori enumera varias formas de mentira. Algunas más inocuas que otras.
Existe la mentira inconsciente, que es inducida por el adulto, la mentira utilizada como defensa, la mentira como un deseo de narrar algo increíble (como el arte), y la mentira racionalizada.
 
En ningún caso Montessori culpabiliza al niño por la mentira.
Vamos a hacer un recorrido por estos tipos de mentira en la infancia, y quizás las podamos entender mejor y ayudar a nuestros hijos a relacionarse con la verdad.
La mentira inconsciente.
Es cuando el adulto genera falsas memorias o cuenta el hecho de forma diferente a lo ocurrido.
Un ejemplo de esto pueden ser niños que tienen que declarar ante un juez en casos de abuso o violencia doméstica.
Con mucha frecuencia el niño es inducido a mentir por la creación de falsas memorias, por parte del adulto, por la incorporación de narraciones adultas alternativas al hecho, o por preguntas que inducen a un raciocinio que, por lógica, lleva a una conclusión distinta a lo que realmente ocurrió.
La mentira como defensa.
Quizás la más frecuente en la infancia, es según Montessori, “defensa obvia frente a la violencia adulta”.
Es fácil darnos cuenta de que estas mentiras ocurren por miedo. No necesariamente a lo que vemos como un castigo. Puede ser miedo a una conversación desagradable o a la pérdida de independencia en algo que el niño ya cree poder hacerlo solo.
Trabajar los “errores” o los “malos comportamientos” es mucho más que no ponerlos en penitencia o no pegarles. Es entender su fragilidad y trabajar sin generarle heridas, principalmente por culpa o vergüenza, es cuidar su autoestima.
La mentira por el deseo de narrar algo increíble.
El niño ve al adulto narrando cosas que van a pasar, y por más improbable que eso parezca, pasan.
Los adultos saben que alguien va a llegar a la casa, y esa persona llega! Saben si va a hacer frío o calor o si va a llover! Saben si vamos a llegar a tiempo o tarde. Algunos adultos saben cuándo viene Papá Noel, o el conejo de pascua. Y el niño cree que también puede saber, que también puede crear la realidad a partir de sus palabras.
Si el mundo obedece las palabras del adulto, también podría obedecer las suyas. Es magia. Empieza a crear paseos que no ocurrieron, regalos que no vinieron. No sólo se refugia en la fantasía, puede estar intentando crearlo en el mundo real, con la ilusión de que la realidad se pueda transformar a partir de las palabras.
La mentira racionalizada.
Que es en realidad una variación de la mentira por defensa.
Puede ocurrir porque el niño “no puede” decir la verdad. Bastante común en casos de pedofilia por ejemplo, en el cual el niño puede dar razones poco creíbles para no estar con una persona, y que esconden una narrativa muy compleja que no puede expresar. Puede ser un proceso consciente o no, pero es bastante más complejo que simplemente decir, “no lo rompí yo, fue el gato”. Miente por miedo.
 
En ambientes en que el niño se siente seguro, donde no hay amenazas o castigos, la mentira es menos frecuente. Los niños hablan sin miedo, lo cual puede ser desconcertante e incluso mal visto para el adulto no preparado.
Entonces qué podemos hacer los adultos.
Primero, evitar el miedo. Asustar al niño es una estrategia muy pobre de educación.
Exige muy poco de nosotros y no funciona realmente. Es abrir la puerta a la mentira. Cuando un niño la ve como la única oportunidad de escapar de la tiranía, es muy probable que cambie la historia.
Mostrarnos frente al niño vulnerables.
Cuando alguien nos pregunte, “perdiste la llaves” podemos contestar, me encantaría decirte que no, o decirte que se las comió el perro, pero la realidad es que las perdí yo.
Eso muestra que la verdad puede ser incómoda, pero es el mejor camino.
 
Dar lugar a la imaginación, cuando vemos que la historia es irreal podemos sugerir una actividad que derive ahí, por ejemplo, si te está contando sobre la casa hermosa en la que vivía antes, le podemos decir “yo también la estaba imaginando” “¿cómo es la casa de nuestras imaginaciones?” “me la imagine con el techo rojo, ¿vos?” “¿la dibujamos?” “¿escribimos un cuento?”
Evitar etiquetar o juzgar al niño.
Hablar con el niño sobre los sentimientos que lo están llevando a actuar así, puede ser más interesante que acusarlo simplemente.
El niño puede estar frustrado, enojado, triste, extrañando o sintiéndose solo, necesitando cariño, y muchas cosas más. Hablar sobre eso nos da una oportunidad de conectar.
 
Solamente en un espacio seguro, sin riesgo de perder afecto, la verdad puede brotar.
 
Por último, el niño se adapta al medio, su desarrollo no es ajeno al comportamiento de los adultos que tiene cerca, está profundamente influenciado por nosotros. Por eso, en un ambiente donde hay constante necesidad de lucha, protección y defensa, el niño va a generar muros y escapes, en forma de fantasías o en forma de mentiras.
 
La verdad no puede crecer en un lugar donde constantemente es atacado, castigado, o excluido.
 
Cada verdad es un pequeño brote, que podemos ayudar a crecer con conexión, seguridad y amor, dando ejemplos de una relación pacífica con la verdad y ofreciendo siempre la protección necesaria, de forma que, en nuestra relación con el niño y en su relación con la verdad, los principios de la verdad y de la protección no sean contradictorios, sino complementarios.
Y vamos a lograr otro tipo de comunicación, esa comunicación que tiene la verdad que todos queremos ver en el mundo.

 

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